Oriol Farrés
Kevin Rudd, líder del Partido Laborista Australiano, ha sido elegido nuevo primer ministro del país al salir vencedor de los comicios celebrados el pasado 24 de noviembre.
La victoria de Rudd se ha debido principalmente en un cambio de opción política de cerca del 6% de votantes del partido Conservador, que en esta ocasión, habrían decidido cambiar el sentido de su voto en favor del partido laborista.
El cambio en la mente de los electores, se debe en buena medida, a la incapacidad de Howard de alterar la deriva de su acción política, después de 11 años al frente del ejecutivo. Y es que arrimarse a las corrientes más potentes del sistema internacional es extremadamente útil para alcanzar velocidad de crucero, per limita mucho las opciones de maniobrar en espacios reducidos sin causar accidentes. También la crisis económica y el efecto ‘no hay nuevo malo’, han sido bazas significativas en la debacle de Howard, que podría haber perdido incluso su escaño como diputado, después de 33 años de reelecciones consecutivas.
Pese a haber obtenido una victoria excepcionalmente amplia en las últimas generales, el primer ministro ha dilapidado su crédito, en buena parte debido al agotamiento de sus postulados en política exterior, sujetos incuestionablemente a la alineación junto con los Estados Unidos la guerra contra el terrorismo. En aquél contexto, Howard jugó la carta sin reservas, como hicieran Aznar y Blair. En un final digno de la peor de las maldiciones de Tutankamon, como ellos ha sido víctima de los que entonces se plantearon ante el mundo como imperativos de acción, y que han resultado ser en jerga diplomática, poco menos que ‘inexactas’.
Como una gota malaya sobre la frente de Howard, ante los ojos de los electores australianos han desfilado las revelaciones entorno a la inexistencia de armas de destrucción masiva en Irak, o la brutalidad de Guantánamo (relatada escabrosamente ante la audiencia televisiva australiana por uno de sus nacionales, repatriado desde aquél triángulo de las Bermudas del derecho internacional). También en su caso particular, la impopularidad en el resto de Asia ha minado su carisma, debido a una posición tendenciosa hacia sus vecinos asiáticos, que le ha granjeó a Howard el mote de ‘Sheriff de EEUU’ en Asia.
Fiel a su acción política, como relataba BBC en un artículo reciente, Howard se ha encontrado ante los comicios en el lado equivocado de la opinión pública.
Lo que en un primer momento era la firmeza anisada por los electores, y que le dio crédito en un contexto de shock postraumático ocasionado por los atentados de Bali de 2002, se tornó con el paso del tiempo y de los acontecimientos, en una rigidez indeseable.
Por su lado, Rudd logró en el transcurso de 2007, amartillar cada uno de los puntos débiles de Howard y plantear a los electores una opción claramente opuesta y deseable, con la libertad de alguien que accede al poder sin las ataduras de 13 años de gobierno.
Sea como fuere, en el ámbito de la política interna, Rudd ha anunciado una política comprensiva con la población aborígen, que ha sufrido los abusos del Gobierno (basta hacer referencia a las abducciones de cerca de 10 mil niños aborígenes para darlos en custodia a padres blancos, una práctica por la que aún el Gobierno no se ha excusado). Este acercamiento a los aborígenes es un cambio diametral respecto a su antecesor en el cargo, y aborda una una realidad vergonzante para un país que según el PNUD es el tercer país más desarrollado del mundo, y que sin embargo no acierta a dar pasos que mejoren la vida de la comunidad aborigen, que ofrece unas tasas de esperanza de vida casi 20 años inferiores al resto de la población, y es víctima del paro, múltiples adicciones y de enfermedades infecciosas erradicadas en el mundo desarrollado. Una respuesta acertada ante la cuestión aborigen, debería ser una de las prioridades actuales del laborismo australiano, que posiblemente, aliviaría algunas de las tensiones internas que sufre la sociedad y que generan periódicos estallidos de violencia.
También la crisis económica ha pasado factura al Gobierno saliente, comprometido en reformas que despertaron las iras de los sindicatos y la desconfianza de la población. Rudd ha manifestado su compromiso de paliar esta situación. Sin embargo, no ha dado aún señales de su actitud ante uno de los temas cruciales: la política migratoria. Sin embargo, la extraordinaria dureza de Howard en este terreno, le ofrece un margen amplio para liberar tensión sin que en práctica, se produzcan cambios destacables, algo valioso para un Gobierno laborista que teóricamente debería mostrarse más comprensivo en este terreno.
También se hace imprescindible abordar de manera diferente, la cuestión del cambio climático. Howard ha sido uno de los principales opositores a firmar el Protocolo de Kyoto, argumentando su ineficacia para combatir el problema. Es evidente que este será uno de los principales asuntos en los que Rudd se diferenciará de su predecesor, ya que por activa y por pasiva, ha declarado su voluntad de adherirse finalmente al tratado. Y es que los efectos del cambio climático son ya un problema del presente en Australia, que sufre el azote de los grandes incendios y las sequías, que en los análisis más pesimistas, dejan a Sydney sin agua suficiente para sostener a su población, en tan sólo 13 años.
Esta cuestión supondrá un primer elemento de alejamiento de las posiciones defendidas Gobierno de los Estados Unidos, ya que Washington perderá un aliado imprescindible en su campaña anti-Kyoto. Otro iceberg en deriva de colisión para las relaciones Aussie-americanas, es la más que previsible retirada de las tropas australianas de suelo irakí.
Sin embargo, el distanciamiento no puede ser más que provisional. Australia depende de los EEUU, aunque menos que en el pasado, para garantizar su seguridad. EEUU también es su socio en cuanto a dotación de material tecnológico de control de fronteras, patrulla de las aguas, transporte… etc… aprotándole a Australia infraestructura para sostener su rol de potencia en medio del oceáno. A la inversa, EEUU depende (en este caso aún más si cabe que en el pasado) de Australia como socio fiable, a medio camino entre su territorio y el Asia emergente. Por todo ello, es previsible que el grado de alejamiento entre ambos países dependa de las medidas compensatorias que lleve a cabo el nuevo ejecutivo. Quien sabe si podría darse, como en el caso español, una mayor implicación australiana en otros puntos calientes de la guerra contra el terrorismo, principalmente en Afganistán. Sin embargo, todo conduce a pensar que Rudd deberá escenificar el alejamiento para cerrar una etapa.
Es en este terreno de las relaciones asiáticas es en el que se espera con entusiasmo el impulso de Rudd, que ha publicitado al máximo su fluidez con el mandarín, que demostró departiendo fluidamente con el Presidente Hu en Beijing. Apuntar tan sólo que Australia se ha convertido en un foco de interés para los estudiantes asiáticos que deciden cursar sus estudios en el extranjero. Según datos de UNESCO, en 2003 cerca de 180.000 estudiantes extranjeros cursaban estudios en Australia, un 66,7% de los cuáles, eran asiáticos. Sin embargo, el equilibrio entre unas relaciones asiáticas más fluídas (basadas en una relación privilegiada con China) y la fidelidad a las posturas de EEUU, no será sencillo. Puede tener grandes implicaciones para futuras estructuras de seguridad asiáticas, así como en opciones de política exterior para países relevantes en la zona.
No parece sencillo que un Gobierno australiano cercano a China sea capaz de aliarse con Japón para coordinar una agenda independiente de los EEUU. Principalmente, esto podría conducir a los EEUU a ejercer una mayor presión sobre Japón para que aumente su potencial militar y cubra levemente el hueco (sin duda temporal) dejado por Canberra. En este contexto, es preciso señalar que Rudd ha manifestado su escepticismo ante la llamada Alianza Trilateral que Condolezza Rice arrancó a un Howard en 2006, a los primeros indicios de coquetear con China.
En este contexto de acercamiento a China y alejamiento ‘formal’ de EEUU, no sería descartable un recrudecimiento futuro de las tensiones en el estrecho de Taiwan. Esta se convertiría sin duda en la piedra de toque para tocar ‘a murallas’, en un futuro que se presume más que próximo.
Un segundo damnificado de la reversión en Australia, podrían ser las relaciones con India, que tal como manifiesta Robert Ayson en un reciente artículo, podrían resentirse por la cuestión del comercio de uranio del que Australia es un gran proveedor e India aspira a ser un respetable importador, pese a estar fuera del TNP. Si bien Howard se mostró favorable a pasar por alto este detalle, Rudd podría reconsiderar esta opción y regresar a la tradicional negativa australiana a suministrar uranio a países no signatarios del tratado.
Sin embargo, existirán efectos positivos en el relevo político. Principalmente, estos deben producirse entre los vecinos de la región del Pacífico, hastiados del anterior primer ministro. En el caso de pequeñas islas-estado, la cuestión del cambio climático era esencial, ya que en muchos casos, es una amenaza de trágicas consecuencias para supervivencia a la que Howard había permanecido insensible. En cuanto a los vecinos de tamaño medio, en la mayoría de los casos las relaciones estaban en un momento tan crítico, que tan según algunos analistas, sólo pueden mejorar. Estos son los casos de Papua Nueva Guinea y Salomón, que siempre han visto a Canberra (pero especialmente con Howard) como un poder intervencionista en su política interna. Otro efecto que se presume positivo, es la convergencia temporal (que es en realidad, muy poco frecuente) con un Gobierno laborista también en Nueva Zelanda, un país que utilizando un símil futbolístico, siempre está desmarcado en la banda pero al que hasta el momento, Australia pocas veces ha querido pasar la pelota. Sería interesante observar las consecuencias de una convergencia real de intereses entre ambos países y en lo que respecta a este blogg, atender sus efectos sobre Asia y muy especialmente, en Oceanía.